miércoles, 8 de diciembre de 2010

Real Love

All my little plans and schemes,
lost like some forgotten dreams.
Seems that all I really was doing
was waitin' for you.

Just like little girls and boys,
playing with their little toys.
Seems like all we really were doing
was waitin' for love.

Don't need to be alone,
No need to be alone.

It's real love, it's real,
Yes it's real love, it's real.

From this moment on I know,
exactly where my life will go.
Seems that all I really was doing
was waitin' for love.

Don't need to be afraid,
No need to be afraid.

It's real love, it's real,
Yes it's real love, it's real.

Thought I'd been in love before,
but in my heart I wanted more.
Seems like all I really was doing
was waitin' for you.

Don't to be alone,
No need to be alone.

It's real love, yeah it's real,
It's real love, it's real,
Yes, it's real love, it's real,
It's real love, it's real,
Yes it's real love, it's real,
It's real love, it's real,
Yes it's real love, it's real,
It's real love, it's real,
Yes it's real love....

8 de diciembre de 2010

sábado, 13 de noviembre de 2010

La boda

(...) La novia estaba muy bonita con un velo blanco lleno de flores de azahar. De pálida que estaba parecía un ángel. Luego cayó al suelo inanimada. De lejos parecía una cortina que se hubiera soltado. Muchas personas la socorrieron, la abanicaron, buscaron agua en el prebisterio, le palmotearon la cara. Durante un rato creyeron que había muerto; durante otro rato creyeron que estaba viva. La llevaron a la casa, helada como el mármol. No quisieron desvestirla ni quitarle el rodete para ponerla muerta en el ataúd.
Tímidamente, turbada, avergonzada, durante el velorio que duró dos días, me acusé de haber sido la causante de su muerte.
-¿Con qué la mataste, mocosa? -me preguntaba un pariente lejano de Arminda, que bebía café sin cesar.
-Con una araña -yo respondía.
Mis padres sostuvieron un conciliábulo para decidir si tenían que llamar a un médico. Nadie jamás me creyó. Roberta me tomó antipatía, creo que le inspiré repulsión y jamás volvió a salir conmigo. 

 "La Boda", Silvina Ocampo

viernes, 5 de noviembre de 2010

Jengibre temerario

A André Bretón y su escritura onírica

   ¿Porqué nadie sabe porqué las naranjas decantan en los bosques que se enredan cada tanto en madejas insoportables? Sabrá alguien como quitarlas de allí ni bien empiezan a ponerse impacientes y trepan de los árboles hasta las copas para dirigir la mirada hacia los transeúntes desprevenidos que se pasean por la rambla con estupideces varias que decidieron obtener tirando míseros dólares a las fauces del vendedor de turno. No es posible que esto suceda a las naranjas que se visten así porque ya no les queda consuelo de llorar tanto jugo a esta altura del año. El sapo las mira plácido, cómodo desde su estanque de agua verde. Desenrolla una lengua pegajosa donde quedan atrapados cientos de mosquitos pero la lengua no alcanza ni por decenas de metros la copa de los arboles. Los sapos quieren las naranjas, pero claro, no pueden comerlas y menos de un bocado, sino que se contentan ya con lamer su contextura, con rozar su lengua por su cuerpo, a todas luces, naranja. Y las libélulas se pasean incrédulas de aquel espectáculo que ven sus ojos oblicuos. Un desfiladero de hormigas se detiene a observar la quijotesca hazaña del sapo, porque así se ve al sapo, obstinado, sin detener lo que ya empezó madrugadas atrás y que a esta altura es un intento vano, digo, el de querer desprender aunque sea una naranja del árbol con la fuerza de su lengua. El lémur se ríe a carcajadas para suplantar a la hiena y un insecto aún no clasificado (porque se sabe hay cientos de miles) cuchichea con otro que sí fue clasificado pero cuyo nombre cambiaron tantas veces en los manuales escolares que ya no se sabe quien es. Una naranja se balancea, una, dos, tres, cuatro veces, y parece que al fin va a desprenderse con una última estocada de la lengua del sapo pero ahí mismo la araña de 9 patas la envuelve en la telaraña que es su baba, y de un tirón se va al fondo del estanque con naranja y todo.
El sapo la mira caer, la libélula se va corrida por el espanto. El desfiladero de hormigas sigue su curso, los insectos inclasificados son aplastados por una bota y el lémur sigue riéndose sin parar, tanto que cede a las ganas incontenibles de hacer pis en todo el estanque…
G.J.

Mitología de la muerte


  La ciudad es la escritura del Estado. Cada espacio encierra un relato, se inviste de sentidos sociales y culturales: plazas, monumentos, avenidas, componen la gramática de lo que nos va a ser contado. Pero, ¿qué sucede cuando ese relato se redefine como legitimo, a la luz de otros discursos que intentan rebatirlo?.


  Quintana y Haedo.  El ángel mira hacia el cementerio como si custodiara al cuerpo.
En el ultimo rincón de la Recoleta, descansa bajo hierro y candado el coronel Ramón Falcón, guardián de los apellidos patricios que la ciudad consagra con su mudo respeto. El ángel toma a un hombre de la mano para arrastrarlo hacia la muerteFalcón es asesinado junto a su secretario privado, Juan Alberto Lartigau“Victimas del deber.
14 de noviembre de 1909”, escribe la pluma del Estado.


  Como toda representación de la realidad, el relato ilumina y oscurece. Hay algo que no debe ser contado, un “otro” que sólo puede mostrase de manera violenta: “Simón vive”.
Es un acto de caza furtiva, en el sentido decerteausiano, de los que no tienen voz y deben dar pelea en el territorio de lo legitimo. Simón no es un ángel, no tiene monumentos, ni plazas, ni calles. La ciudad se lo ha devorado.
  El primero de mayo de 1909, columnas anarquistas se acercaron a la Plaza Lorea, frente al Congreso, para rendir homenaje a los “mártires de Chicago”, obreros ahorcados en la tierra de la democracia por reclamar la jornada laboral de ocho horas.
Las familias obreras llegaban con sus banderas rojas y negras, mientras el coronel observaba atentamente desde su vehiculo.
  Ramón Falcón es la segunda calle mas extensa de Buenos Aires, después de la Avenida Rivadavia, y el nombre que lleva la Escuela de cadetes de la Policía Federal.  El hombre de carne y hueso prestó sus servicios como expedicionario en la epopeya roquista que el Estado tituló “La conquista del desierto”. De las luces de la generación del ochenta, el relato descendió a los manuales escolares como simbología de la victoria sobre la barbarie indígena, aplastada por el imperio del derecho burgués.

Tras haber recibido unos piedrazos en su reconocimiento, el coronel se recuesta y da la orden a la montada, pero no enseña los cuatro dedos como Varela en la Patagonia, sino que recurre a un enunciado general: “Hay que concluir de una vez por todas con los anarquistas”. Sus herederos matizarían la orden con una metáfora biologicista:
“La operación de cirugía mayor”.  
  Los cosacos desenfundan los sables y en pocos minutos la marea ultramarina que imaginaba Miguel Cané se desploma sobre su propia sangre. Once muertos y ochenta heridos, entre ellos, varios niños.  
  
  Como señala el escritor uruguayo Ángel Rama con su metáfora de la “Ciudad letrada”, las metrópolis latinoamericanas concentran el manejo de la escritura como herramienta de poder para transmitir la (su) cultura del polo del saber al polo de la ignorancia. Es la misma escritura que escapa de la página y se transpone al lenguaje de la arquitectura para contarnos la historia legítima. Pero, volviendo al quid de la cuestión, ¿qué pasa cuando emerge aquella visión desplazada, subalterna, que no habla a través de monumentos,  y que se inscribe en este código cultural para invadir la concepción hegemónica?. Simón Vive.
    
  El 14 de noviembre de 1909, el coronel, ya condecorado por su valentía por el presidente Figueroa Alcorta, había asistido acompañado de su secretario privado al entierro de un ex funcionario de la Policía, en el cementerio de la Recoleta.  A la salida, el carruaje del coronel toma la calle Quintana y, llegando a Callao, un joven vestido de negro intercepta su marcha. Con un violento ademán arroja un bulto que estalla entre las piernas de los ocupantes. El coronel morirá en un intento de los médicos por amputarle la pierna destrozada. Su secretario se había ido prácticamente en sangre. 
  La bóveda construida en el cementerio de la Recoleta esta adornada de laureles y placas con epítetos bien curiosos: “Al inolvidable Jefe de Policía”; “Cayó sobre su escudo cumpliendo lealmente su deber”. El cuerpo tallado en piedra del coronel recibe recostado las plegarias de vírgenes que lo custodian como pilares inquebrantables. A su lado se encuentra la bóveda de Juan Lartigau. Los visitantes siguen de largo, sólo unos pocos se detienen a contemplar la obra en honor al mito heroico que el Estado Moderno a forjado.

El agresor del coronel es capturado rápidamente. Se trata de un escuálido anarquista de 17 años que se identifica como Simón Radowitzky y farfulla un ruso incomprensible.
La justicia lo condena a muerte, pero al ser menor de edad recibe finalmente la sentencia
de cadena perpetua,  que deberá cumplir en el penal de Ushuaia.  21 años después es indultado por el presidente Yrigoyen y se lo expulsa a Uruguay.  
  La ciudad suprime el asesinato de Ramón Falcón. Aceptar ese hecho maldito implica reconocer la existencia de un otro que desarma la mitología del Estado. Cuando lo oprimido grita, se sacuden los cimientos de una cultura imaginada como sucesión de Dioses, ángeles, ciudadanos de Atenas. La naturaleza empieza a volverse historia.


La conversación

"El lenguaje es piel. Yo froto mi lenguaje contra el otro. Mi lenguaje tiembla de deseo. La emoción proviene de un doble contacto: por una parte, toda una actividad discursiva viene a realzar discretamente, indirectamente, un significado único, que es "yo te deseo", y lo libera, lo alimenta, lo ramifica, lo hace estallar (el lenguaje goza tocándose a sí mismo); por otra parte, envuelvo al otro en mis palabras, lo acaricio, lo mimo, converso acerca de estos mimos, me desvivo por hacer durar el comentario al que someto la relación (...)"

("Fragmentos de un discurso amoroso", Roland Barthes)

Tierra sedienta

 
    Hace meses que no caía una gota en New Hampshire, mucho menos en Sunapee, pueblucho donde la tierra reseca comenzaba a dibujar sus primeras grietas.
  La familia Riverside, envidiada en la posguerra por su ostentosa reserva de tubérculos, verduras y un gallinero de los huevos de horo, recibía por primera vez los embates de la madre naturaleza. Robert Riverside (R R se leía en sus verdes tractores, ahora despintados y corroídos por el óxido) meditaba largamente, recostado en su oficina, la posibilidad de vender la finca y aventurarse en otros negocios.
–­­- La cena esta lista–­­- llamaron desde la cocina. Robert se demoró unos minutos. Nunca había sido el último en sentarse a la mesa. Nancy y Jerry rezaban sobre el plato de puré y Eva ponía los vasos, mirada que vacila hasta posarse en su marido:
­­­­­­­­–­­- Amor, los niños no van a comer hasta que vuelva la lluvia. Dios nos pone a prueba.
–­­- Hay que esperar, Eva, el servicio meteorológico estima una semana más
–­­- No es eso amor, mira hacia afuera
  Robert  se asoma por la ventana  y ve un campo irreconocible, arrancada la poca cosecha que quedaba, como si un tornado hubiese visitado New Hampshire. Fue un robo, un cobarde robo, se remordía con los dientes apretados. ¡Eva cuida a los niños!. Robert tomó su carabina y, farol en mano, saltó por la ventana para internarse en la oscuridad.
¿Papa va a volver? Preguntó Jerry que tenía los codos con puré. Eva lo beso en la frente
  La mañana siguiente Robert regresó sin farol y sin carabina.
–­­- Eva, aparecieron papas y zanahorias, con toda la tierra removida, ¿qué paso?
En mitad de su desayuno, Eva apoya el vaso de naranja y responde con otra voz.
–­­- Son los Pies negros Riverside, muertos o vivos, son los indios quienes están  desapareciendo nuestros alimentos.
–­­-¡Santo Dios Eva, que brujerías son esas!
–­­- Jerry me lo enseño en su manual de escuela. Pisaron  este suelo hace cien años y esperan a que llueva, amor, como nosotros.
Robert salió dando  un portazo mientras los niños bajaban en puntas de pie por las escaleras.
–­­- Nancy, hagamos la danza de la lluvia como en las historias que nos cuenta el abuelo
–­­- No por Dios, a ver si vienen a nuestro cuarto mientras dormimos

Eva fue a calmar a su esposo que estaba arrodillado intentando disimular las lagrimas, unas lagrimas que lo volvían la vergüenza de New Hampshire. Robert, hombre de roble, cristiano y granjero, llorando como una niña.
Al atardecer cubrieron juntos el medio centenar de pozos y eso les llevo hasta el día siguiente.  La sorpresa fue encontrar más papas y zanahorias enterradas

RADIO HONKY TONK, AL ESTE DE NEW HAMPSHIRE


Aficionados, luego de pasar revista sobre el pronostico del tiempo les ofrecemos una rebanada del mejor blues de Chicago: B.B. King  y su “Call It Stormy Monday”:

“Oh they called it, they called it stormy Monday, but Tuesday, Tuesday is as just as bad...”

Eva y Robert regresaron sudados, con los rostros enrojecidos, para darse un baño juntos. Jerry irrumpió corriendo en pijama desde las escaleras
–­­- Papá ,¿los indios van a volver?
–­­- No creo hijo, esta noche voy  a vigilar el campo, así que duerman tranquilos y sueñen con papas y lechugas voladoras (Robert se seca la frente)
  El lunes por la madrugada llegó la venerada lluvia. En su repiquetear despertó a Nancy y a Jerry, que saltaron de la cama. Eva preparaba entretanto el banquete celebratorio.
  La finca de los Riverside se había convertido en un verdadero pantano. La lluvia, caudalosa, enfurecida, se tomó dos días, que para los habitantes de Sunapee parecieron un diluvio bíblico. En el lodo quedaron dibujadas cientos de pequeñas protuberancias. Robert esperó al último sol de la tarde para abocarse a la tarea de desterrar los bermejos frutos que el aguacero había ofrendado.