jueves, 1 de diciembre de 2011

2.

Si se miran las arañas trepadas a los ojos con botas de colores seguro que se enredan en madejas interminables y espasmódicas. Estan cubiertas de polvo de ladrillo, añejo, de un ladrillo milenario que edifica un castillo milenario. Allí conviven la Madama de Cristal con un Fiel servidor de lengua larga que sabe enrollarse entre sus caderas todas las noches.
En la recamara de la Madama, élla y el fiel servidor tremolan, se enredan en noches
Interminables de gemidos entrecortados, atizados por la llovizna matinal que deja pequeñas lagunas con sombras de arcoiris. Las arañas observan desde lo alto de la torre estos singulares episodios. Las cabras, embebidas en las copas de Cristal alzan sus pezuñas para celebrar esos furtivos encuentros. 
El servidor, en determinadas ocasiones, debe volver al bosque. No tiene más tiempo para estar en la recámara del castillo. Se pone la máscara y piérdese velozmente entre los pinos frescos del invierno.
La madama llora días enteros hasta que el agua le toca los tobillos. Ahí es cuando Dina, su gata (que en verdad la robó a Alicia mientras ésta dormia) empieza a ronronear y a lamer su muslo,  que tiene ya un poco de las gotas saladas del llanto. La madama deja a Dina en la mesa de luz, o mas bien la sacude de los hombros y Dina cae sobre el velador y deja allí el perfume de galletitas rellenas de frutilla y un cascabel.
Es hora del almuerzo para la Madama. Los sapos con peluca y medias hasta la rodilla la reciben con manjares cubiertos de naranja y merengue. Algún Setter irlandés ladra perdido entre las hojas secas.
La Madama toma una ligera taza de té rojizo, bien oscuro. La deja, y al rato la retoma para embeber unos scones. El reloj marca las dos de la tarde. Hora de poner el cabello en remojo dentro de la bañera, y quedarse soplando burbujas de jabón hasta las 7.  Se nota enseguida el momento en que empieza a anochecer en el castillo, porque los ladrillos se ponen fríos, tan fríos como los dedos indefensos que asoman por las sandalias de la Madama, y parece que ya es hora de cubrirlos con algunas pantuflas y camisón rosado. 
Al fin y al cabo, se trata de una  niña cuyo cuerpo esta irremediablemente condenado a crecer. 
El reloj da las 12. Se escuchan algunos relinchos desde el establo. Parece que es el percherón del servidor que vuelve a la hora señalada.

G.J.

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